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CONSTRUCCIÓN DE LA MASCULINIDAD Y RELACIONES DE GÉNERO
Expositora: Laura E. Asturias (leasturias@intelnet.net.gt)
Foro:
"Mujeres en Lucha por la Igualdad de Derechos y la Justicia Social"
Ciudad de Guatemala, 5 de marzo de 1997
La conocemos desde hace tantos años, y aun
ahora hace estremecer esa
parte
sensible que anidamos entre el pecho y el vientre. Talvez sea que
vivimos esa canción como una segunda piel
nuestra -- un hijo, una hija,
algún ser querido --que ahora descansa en la
tierra, y Mercedes Sosa no
hace
más que recordárnoslo. Ha sido, en verdad, "un monstruo grande que
pisa fuerte", esta guerra cruel librada
por tanto tiempo y que ha
arrasado
con tanta piel guatemalteca. Una guerra que no acaba con un
puñado de firmas plasmadas en un papel
oficial, porque no es en papel
donde se siembra la paz.
Todavía percibo la paz como aquello que
nos hace posible vivir con
dignidad, cobijar lo querido y lo nuestro bajo
techo y entre paredes
firmes;
poder tomar un libro y comprenderlo más que adivinarlo; y tener
la certeza de que, llegado el nuevo día, habrá más
que una tortilla para
saciar el
hambre que punza el estómago, y un trabajo gratificante que
compense justamente nuestro esfuerzo.
Ciertamente cuesta sembrar la paz donde
impera la arrogancia, entre
tanto
privilegio otorgado sin merecimiento alguno, entre tanta pistola
en manos de niños que apenas han dejado
el pañal y que ni siquiera han
conocido la plenitud del amor pero que ya sueñan y
se obsesionan con
matar.
Simples hechos que, entre muchos otros,
dan cuenta de la tarea que
tenemos
por delante, ahora que algunos han depuesto oficialmente las
armas, mientras otros nos amenazan cotidiana e
impunemente con ellas.
Una tarea
de reconstrucción que, al igual que el tiempo invertido en
demostrar quién podía más -- aunque algunos con más
justificación que
otros --, ahora
requerirá de igual número de años, pero con un impuesto
obligatorio para todas y todos: las
consecuencias de la violencia
generada por tanto juego de poder. Mas no
entraremos aquí en el
conocido
relato histórico de cómo se construyó esta última guerra.
Lo que considero relevante -- en este
momento histórico de búsqueda de
las verdades pasadas para transformar el hoy,
el mañana y el aquí -- es
reflexionar acerca de cómo se construyen quienes
hacen la guerra y cómo
se aprende
esa supuesta hombría que contribuye a generar y prolongar
conflictos armados, que engendra niños pistoleros y
fomenta una
arrogancia que no debe
tener lugar a las puertas de un nuevo milenio.
Habrá quiénes se pregunten por qué es una
mujer quien viene hoy aquí a
hablar sobre la masculinidad. A esto yo
plantearía: ¿Por qué no una
mujer, cuando no son los hombres quienes lo estén
haciendo públicamente
y, con muy
escasas excepciones, ni siquiera aquellos que en la práctica
son muy solidarios con las mujeres?
Es posible comprender el vínculo entre las
relaciones de género y la
construcción de la masculinidad hegemónica, una
masculinidad dominante
que no es
otra cosa que toda la gama de conductas que aprende la mayoría
de los hombres en el país. Se trata, en
síntesis, de una masculinidad
sexista, homofóbica, por lo general racista y,
concretamente,
patriarcal.
Pero la comprensión de este vínculo
requiere, como mínimo, de la
voluntad de dejarnos confrontar por todos aquellos
asuntos que nos
resultan
desagradables y no nos conviene analizar; asuntos que nos
desafían a cambios radicales y a menudo
dolorosos. Porque hablar de la
masculinidad hegemónica implica hablar de
discriminación, de sexismo y
de
injusticia. No hacerlo equivaldría a hablar de cambios mas no de
revolución; o hablar sobre el aborto y
"olvidar" mencionar a la iglesia
católica.
El tema de mi ponencia este día fue de mi
elección, y mi intención es
motivar reflexiones en un campo en el que me
considero todavía
inexperta.
Es por esto que, más que una receta sobre lo que
personalmente considero que debería cambiar,
compartiré con ustedes una
parte
de los escritos, aprendizajes y reflexiones de varios hombres de
otras sociedades comprometidos con la
transformación de la masculinidad
dominante. Adelante hablaré sobre ellos, pero
desde ya quiero dar el
crédito que
corresponde a las siguientes personas por sus aportes:
En Australia, Michael Flood, editor de la
revista XY; Nick Sellars, Bob
Pease, Dez Wildwood y Ben Wadham, columnistas de
esa publicación. Ana
Criquillion y Giovanna Mérola, escritoras de la
revista chilena
Mujer/Fempress. En Nicaragua, Edgar Amador,
psicólogo y profesor de la
Universidad de Managua. Y el escritor
guatemalteco Mario Alberto
Carrera.
Nuestra sociedad acepta intelectualmente
los valores de igualdad,
libertad
y autonomía, que explícita o tácitamente están plasmados en la
Constitución Política de la República. Estos
valores, sin embargo, no
se han
traducido aún en comportamientos y políticas congruentes con
tales conceptos. Y la más viva prueba de ello
la encontramos en nuestra
propia
casa, en la manera en que seguimos formando a niñas y niños.
Aunque se reconoce que las cosas están
cambiando, un alto porcentaje de
niñas y niños continúa aprendiendo, desde muy
temprana edad, que "el
mundo de la
mujer es la casa y la casa del hombre es el mundo". De
acuerdo con este guión socialmente determinado, los
varones juegan a ver
quién es el
más fuerte y audaz en ese mundo que es su casa; quién es el
más hábil y valiente, el más capaz de desafiar las
normas establecidas y
salirse con
la suya. Es decir, aprenden a jugar a "ser hombres" y se
supone que todo ello afianza la masculinidad tal
como nuestra sociedad
la
percibe.
A las niñas, por su lado, se les induce no
a jugar a "ser mujeres" sino
a
jugar a "ser madres", y se les proveen los implementos necesarios --
muñecas, ollitas y planchas diminutas --
que les permiten desempeñar el
papel que se les asigna para beneficio de la
comunidad en su conjunto:
el de
amas de casa, esposas y madres.
Como sociedad, no hemos aún analizado y
apreciado, en toda su magnitud,
el
daño que causamos a niños y niñas a través del rígido
acondicionamiento que les imponemos. Y es esa
falta de análisis y
apreciación lo
que nos mantiene en un modelo de formación nocivo y
potencialmente destructivo, pues es el producto de
acciones y actitudes
que,
paradójicamente, niegan y contravienen otros valores vitales para
la convivencia, como lo son la ética, la
solidaridad, el reconocimiento
mutuo y el respeto a la vida, a la individualidad y
a la diversidad
humana.
Llegada cierta edad, a los varones les
impedimos expresar ternura,
cariño, tristeza o dolor, todas expresiones de
humanidad, y les
permitimos
solamente la ira, la agresividad, la audacia, y también el
placer, como muestras de la masculinidad
ideal. Es así como construimos
el "macho" castrado de su sensibilidad y en buena
parte de su amor y con
un
comportamiento caricaturesco en su agresividad.
En las niñas, por el contrario, reprimimos
las manifestaciones de
agresividad, de ira, y también de placer, y
exaltamos las de ternura,
dolor y
sufrimiento. Es así como construimos la mujer "víctima",
sufrida, abnegada, desprovista de audacia y
caricaturizada en las
expresiones
de tristeza y dolor.
Los hombres sienten tanto como las
mujeres, pero aprenden a ocultar sus
sentimientos, a través de un acondicionamiento
potente y a menudo
violento, desde
los años formativos que determinan la conducta humana.
En algún momento de la historia -- seguramente hace
unos siete mil años
con el
establecimiento del patriarcado -- se les robó a los hombres la
posibilidad de la ternura, la expresión de
sentimientos y la capacidad
de
crianza, clasificándolos como "débiles" al tener alguna de estas
características y, por tanto,
potencialmente "peligrosos" para la
formación de su descendencia.
El niño aprende rápidamente acerca de su
género, y con ello se percata
de
que se convertirá en hombre. Y la forma en que los niños construyen
sus ideas acerca de la masculinidad se ve
complicada por un factor clave
en
la sociedad actual: la falta de padres. Aunque el papel activo
del
padre es de crucial
importancia para la formación del niño, muchos
hogares carecen de una presencia paterna y, cuando
sí la tienen, es
común que ésta
sea deficiente por diversas razones.
Hoy en día, padre e hijo comparten
períodos de tiempo muy cortos,
usualmente después de un arduo día de trabajo y con
el padre en estado
de
agotamiento. Los hombres están en el campo, las fábricas u oficinas
y los niños pasan cada vez más tiempo en
la escuela, cuando tienen
acceso a
ella, o deambulan por las calles, sin orientación alguna,
cuando no asisten a clases. A esto se suman
los altos grados de
alcoholismo y
violencia masculina en el hogar que profundizan las
deficiencias en la función afectiva del
padre. Todo ello implica que
los niños tengan, como modelos, aspectos muy
limitados de la conducta
masculina, y no todo el espectro de la masculinidad
y de lo que
significa ser un
verdadero hombre.
Es también notoria la falta de "hombres
sabios" en nuestra sociedad, y
más
aún en la población ladina. "Hombres sabios" son aquellos que han
aprendido acerca de sus propias
profundidades, debilidades y fortalezas
y tienen la capacidad, el deseo y el compromiso de
transmitir su
aprendizaje y
sabiduría a otros más jóvenes. Hay quienes afirman que
sin "hombres sabios" la sociedad se devora a sí
misma y que un joven es
violento
con otros y consigo mismo pues carece de un modelo integral de
masculinidad y nunca llega a tener la orientación
de un "hombre sabio".
También las escuelas juegan un papel de
suma importancia en la
construcción de la masculinidad. En las
escuelas primarias, las mujeres
constituyen el mayor porcentaje de docentes.
Muchos niños, al igual que
niñas,
pasan por la primaria sin un solo hombre como maestro.
Ante la separación física y emocional
entre hombres y jóvenes, entre
padre e hijo, es más difícil aprender el
significado de la
masculinidad. Sin embargo, todos los niños
deben crecer y convertirse
en
hombres, porque no tienen otra opción, y lo aprenderán de una u otra
forma. En nuestra sociedad son
evidentes tres métodos de aprendizaje de
la masculinidad, y los tres son peligrosos.
En primer lugar, los niños comúnmente
aprenden acerca de la masculinidad
a través de los medios de comunicación. Un
niño típico mira más
televisión
que a su padre. Dejando a un lado el potencial educativo
positivo de la televisión, ésta usualmente presenta
tres tipos de
hombre: el
deportista ultracompetitivo, el hombre violento o criminal y
el alcohólico o drogadicto.
Las imágenes percibidas por el niño son,
entonces, de hombres agresivos,
invulnerables, insensibles, emocionalmente cerrados
y muy negligentes
respecto a su
bienestar personal. Y, como bien lo saben las maestras y
los maestros, son éstas las conductas más evidentes
en la escuela.
Simplemente no hay
mucho de dónde los niños y los adolescentes puedan
escoger, y tampoco ayuda el que estos modelos sean
reforzados
cotidianamente en los
hogares y las comunidades.
La segunda fuente de modelos de
masculinidad viene del grupo de amigos.
Los jóvenes pasan mucho más tiempo con muchachos de
su edad que con
hombres
adultos. En estos grupos gana siempre el más agresivo y
violento, el que más desafía la autoridad. Y
es él quien termina dando
el
ejemplo de una masculinidad "exitosa", porque al final su conducta
consigue lo que pretende.
La tercera forma en que los niños y los
jóvenes aprenden acerca de la
masculinidad es por reacción. Si los modelos
de la televisión y del
grupo de
amigos son negativos, éste es potencialmente más dañino para la
convivencia humana, ya que al no poder aprender
sobre la masculinidad
pues en la
casa y la escuela está rodeado de mujeres, el niño llega a
interpretar el concepto de "masculino" como "no
femenino".
El peligro particular en esta forma de
aprendizaje de la masculinidad es
que usualmente se acompaña del desarrollo de una
actitud antagónica
hacia las
mujeres, de una cultura anti-mujer en la cual se degrada todo
lo percibido como "femenino" y se evitan a
cualquier costa cuestiones
tales
como mostrar emociones, cuidar de otras personas y del propio
cuerpo, hablar sobre sentimientos, y también algo
crucial para la
educación de los
varones: ser buenos en la escuela.
Lo que tienen en común estas tres formas
de aprendizaje es que
transmiten
cotidianamente, a niños y jóvenes, una imagen altamente
estereotipada, distorsionada y limitada de la
masculinidad.
La identidad sexual que asume la mayoría
de hombres responde a un guión
socialmente determinado que exagera las conductas
más asociadas con la
masculinidad,
entre las cuales destacan la indiferencia, la prepotencia,
el falocentrismo, la obsesión por el orgasmo y
también la multiplicidad
de
parejas. La construcción de la masculinidad hegemónica está
directamente vinculada con la adopción de
prácticas temerarias y de
graves
riesgos (como en el caso de la actividad sexual, al rechazar el
uso del preservativo para prevenir el SIDA y otras
enfermedades de
transmisión
sexual) y también el consumo de alcohol, que suele facilitar
la conducta sexual insegura. Y, por lo
general, los campos de
experimentación, los escenarios donde se actúa el
guión masculino, son
el cuerpo y
la vida de las mujeres.
Aunque es cierto que tanto las mujeres
como los hombres pierden por la
asignación de rígidos papeles sociales basados en
razones puramente
biológicas,
también lo es que siempre serán ellas quienes lleven la peor
parte, pues son las mujeres a quienes se despoja de
poder en la práctica
sexista que
mantiene el poderío masculino. Es por ello que el feminismo
significa y propone una redistribución
del poder en la sociedad, para
que
los hombres como grupo dejen de ejercer poder sobre las mujeres y de
oprimirlas como grupo.
En uno de sus artículos, el australiano
Michael Flood señala que el
sexismo y el feminismo podrían parecer relevantes
sólo para las
mujeres:
"Después de todo, son las mujeres quienes adquieren menos
empleos o promociones en el trabajo. Son
ellas quienes están
subrepresentadas en la política e invisibilizadas
en el lenguaje. Y son
ellas
quienes más sufren el acoso, el abuso y la violación sexuales, y
cuyos cuerpos son continuamente
cosificados en la pornografía y los
medios de comunicación."
Es imposible hablar de feminismo sin
hablar de sexismo. Porque, tal
como plantea Flood, "si las mujeres no participan
tanto en el trabajo
formal y la
política, ¿quiénes lo hacen? ¿Quiénes las someten al acoso
sexual y la violación? ¿Quiénes sí
son visibles en el lenguaje?" Éstos
son ejemplos importantes y ampliamente diseminados
del poder de los
hombres sobre las
mujeres. Y también son ejemplos de las formas en que
todos los hombres se benefician del sexismo.
Es fácil reconocer incidentes individuales
y grupales del sexismo y del
poder
de los hombres sobre las mujeres: el hombre que toca a una mujer
que camina por la calle; los hombres que,
después de una fiesta o
reunión,
continúan hablando, sin inmutarse, mientras las mujeres
limpian, lavan y guardan cosas; el gerente de un
banco que niega un
préstamo a una
mujer soltera o un crédito agrícola a una mujer indígena;
o varios hombres jóvenes que violan a una
mujer.
El poderío masculino se refleja,
dolorosamente, en el hecho de que los
hombres cometen alrededor del 90 por ciento de los
crímenes violentos,
incluyendo
casi el 100 por ciento de las violaciones a mujeres, niños y
niñas. La masculinidad aprendida y también la
heterosexualidad
aprendida son
factores cruciales que explican las diversas violaciones
dentro del contexto del poderío masculino.
Pero más allá de estos despliegues
individuales o grupales de brutalidad
y opresión, se encuentra toda una estructura de
poder: el patriarcado.
Vivimos en una sociedad que, al igual que muchas
otras en el mundo,
trabaja en
función de los intereses de los hombres. En la mayoría de
los casos, quienes dirigen las corporaciones, los
departamentos
gubernamentales y
las universidades, son hombres que disponen las cosas
de tal forma que para las mujeres es sumamente
difícil, cuando no
imposible,
ganar acceso a posiciones de alto nivel. Éste es sólo un
ejemplo de la naturaleza estructural del poder
masculino, que a su vez
da forma a
las interacciones individuales entre hombres y mujeres.
Los beneficios del sexismo y del
patriarcado para los hombres existen
también a escala global. No es una simple
casualidad el hecho de que
los
hombres perciban el 90 por ciento de los ingresos a nivel mundial y
posean el 99 por ciento de las
propiedades.
Sexismo es el plano donde se encuentran,
sin mayores diferencias, los
hombres de la izquierda y de la derecha, quienes
mantienen discursos
aparentemente
democráticos pero que al final dañan a las mujeres, las
cosifican y excluyen de las decisiones que las
afectan. ¿Llegará,
acaso, el
día en que Pablo Monsanto se preste, "en pie de igualdad", a
salir sonriente y en calzoncillos en la primera
página de un diario
mientras sus
compañeras se presentan totalmente vestidas?
Sexismo es hacer uso de la prerrogativa
masculina para abandonar física
y
espiritualmente a los hijos y las hijas cuando las responsabilidades
de la paternidad y la convivencia
empiezan a resultar abrumadoras. Es
sexismo el que, en un país donde la mayor parte de
la legislación fue
elaborada por
hombres para beneficiar primordialmente al sexo masculino,
los hombres se quejen cuando, tras una separación o
un divorcio, alguna
ley les obliga
a contribuir a la manutención de sus hijas e hijos.
En actividades mixtas como ésta, en las
que se intenta analizar las
relaciones de género dentro del contexto del
patriarcado, no es extraño
que
algún hombre afirme que si las mujeres tenemos a nuestro cargo la
crianza de los hijos, somos nosotras las
"culpables" del machismo. Al
culparnos por la perpetuación del patriarcado, se
olvida,
antojadizamente, que el
"no estar" es también una potente forma de
enseñar la masculinidad. Es siempre mucho más
fácil culpar a las
mujeres cuando
no se desea aceptar que la ausencia y la conducta del
padre -- al igual que los comportamientos de muchos
hombres en la
comunidad -- son, de
hecho, los modelos que absorbe el niño que debe
aprender a ser hombre. Y es siempre mucho más
fácil examinar las formas
en que
los hombres perciben que se les niega su pleno potencial que ver
cuánto se benefician en áreas donde a
otras personas se les niega el
suyo.
El sexismo incluye todos los aspectos de
la conducta y las costumbres
masculinas, del lenguaje y de las instituciones
sociales -- tales como
la familia,
el matrimonio y la educación -- que crean, refuerzan y
también provienen de las desventajas experimentadas
por las mujeres. A
los hombres les
interesa perpetuar el sexismo pues éste les representa
poder, privilegios y prestigio, además de un grupo
entero de personas
sobre quienes
pueden sentirse superiores: las mujeres.
Los hombres aprenden a ejercer poder sobre
las mujeres, y este ejercicio
incluye no escuchar la voz de las mujeres,
subordinar los deseos y la
voluntad de ellas a los suyos, y concentrarse en el
cuerpo femenino como
un objeto y
una imagen y no como la expresión integral de una persona
completa, consciente, con derechos y
sentimientos. Y han aprendido
también que su poder patriarcal es "natural" y que
no puede ser
cambiado, lo cual
forma parte de la ideología del sexismo, que justifica
y legitima la opresión de las mujeres. Sin
embargo, el poder patriarcal
sí
puede ser transformado en un modelo de convivencia más equitativo, y
es a raíz de esta certeza que nace el
llamado "movimiento de hombres".
Hoy en día se evidencia un cambio en la
conciencia y la comprensión de
las
relaciones de género y de poder, motivado por los desafíos que a
nivel mundial ha planteado el movimiento
feminista. Un cambio que
también es compartido por hombres que se han
atrevido a imaginar y vivir
su
masculinidad en formas no opresivas, ni para ellos mismos ni para
otras personas; hombres que, a la vez de
reconstruir radicalmente su
masculinidad, apoyan explícitamente las demandas de
las mujeres.
Son hombres que han aceptado con profundo
respeto las experiencias de
las
mujeres bajo la tiranía del machismo y que se han visto reflejados
en esas experiencias al reconocer no sólo
su papel de opresores, sino
también el sufrimiento y los comportamientos
autodestructivos por los
que
debieron pasar para acceder a la virilidad.
Estos hombres creen en la necesidad de
reflexionar juntos y apoyarse
mutuamente para superar las heridas causadas en sus
vidas por el
patriarcado.
Pero también reconocen que en nuestras sociedades,
dominadas por hombres, la experiencia masculina del
dolor viene
acompañada de un
mecanismo de compensación: la posibilidad de confirmar
su poder y dominio sobre quienes no son hombres
(las mujeres), quienes
todavía no
lo son o nunca lo serán (los niños y las niñas) y aquellos
que no están conformes con las normas hegemónicas
de la sexualidad
masculina (los
homosexuales).
Es por ello que estos hombres que se han
sumado a las filas feministas,
y
que se autodenominan "profeministas", saben que no basta con ser
"buenos" o "tiernos" con las mujeres, las
niñas y los niños, que no
basta
con combatir sólo el sexismo y la violencia masculina, sino que su
lucha debe enmarcarse en acciones
concretas, positivas y creativas,
asumidas con compromiso y determinación, para
erradicar todos los
patrones de
opresión. Es así como también luchan activamente contra la
homofobia y el racismo.
Son hombres que han sabido apreciar la
lógica humanitaria e incluyente
en
las propuestas que tantas mujeres alrededor del mundo han aportado a
la reflexión sobre las relaciones de
poder entre los sexos. Admiten
haber aprendido mucho de ellas y reconocen que los
esfuerzos de los
hombres por
lograr cambios sociales sustanciales sólo podrán ser
legítimos y efectivos si trabajan junto a las
mujeres en pie de
igualdad.
Son hombres que han aceptado el desafío de ser más
respetuosos y honestos pues saben que ello
afianzará sus relaciones
personales y permitirá que sus coaliciones
políticas sean más sólidas.
Son también hombres que, por su franca
oposición al sexismo, al racismo
y
a la homofobia, han debido afrontar, en sus culturas, todo tipo de
burlas, hostigamiento y también
cuestionamientos acerca de su hombría.
Saben que, al actuar con valentía, cuestionar las
normas, alzar la voz y
hacer
públicas sus creencias y emociones, se arriesgan a que los aíslen
y los ataquen por considerarlos "raros" y
aun homosexuales. Pero son
hombres que no han permitido que tales actos y
actitudes, producto del
temor de
los machos a perder su poderío, los alejen de su postura y del
compromiso de erradicar la opresión en todas sus
manifestaciones.
Son hombres conscientes de que los más
fieles practicantes del sexismo
tienen un profundo interés en que las cosas
continúen como están. Aquí
voy a citar de nuevo a Michael Flood: "Los
hombres ganamos mucho con el
sexismo: tenemos alguien que cuida de
nosotros, que cocina, lava y
limpia para nosotros; que nos alimenta, nos
consiente, nos alivia y nos
halaga. Si el sexismo desapareciera,
tendríamos que crecer y cuidar de
nosotros mismos. Y tendríamos que aceptar
que, después de todo, no
somos tan
especiales como nos hemos creído."
Los hombres profeministas se han
concentrado en la violencia de los
hombres contra las mujeres, la pornografía, la
discriminación sexual y
las
desigualdades de poder por razón de género. Y han descubierto en el
camino que, para muchos hombres, los
conceptos de sexismo y de opresión
son todavía una píldora demasiado difícil de
tragar. Porque el
movimiento
de hombres no es, en absoluto, un espacio homogéneo sino de
diversas expresiones y corrientes.
Algunos grupos masculinos han surgido
primordialmente para reivindicar
los derechos que los hombres sienten que han
perdido a partir del
movimiento
feminista. Y aunque reconocen que el modelo patriarcal ha
sido nocivo también para ellos y no sólo para las
mujeres, y dan la
impresión de
abogar por la igualdad de derechos entre los sexos, son en
realidad los "hombres de derecha" del
movimiento. Porque tras este
discurso aparentemente humanista e igualitario,
niegan tener poder en la
sociedad
y el hecho de que las leyes, los medios de comunicación, los
gobiernos, la iglesia y la historia han estado y
siguen estando de su
lado y en sus
manos. Y niegan también que sus supuestas
"reivindicaciones de igualdad" terminan reforzando
sus posiciones de
poder y control,
tanto en el ámbito público como en la familia.
Estos grupos argumentan que los hombres
están tan oprimidos como las
mujeres. Expresan cólera contra el feminismo
por los desafíos que éste
les
presenta y concentran sus energías en lo que ellos ven como las
ventajas relativas de las mujeres en comparación
con los hombres.
Porque para ellos
es mucho más fácil discutir lo que perciben como
violaciones a sus derechos que analizar cuánto se
benefician en áreas en
que a las
mujeres, y también a otras personas, de hecho se les niegan
los suyos.
Los hombres profeministas, por su lado,
saben que deben criticar
abiertamente esas facciones de su movimiento que se
involucran en
polémicas contra el
feminismo y las mujeres. Son conscientes de la
necesidad de dar atención al dolor experimentado
por los hombres,
derivado de una
salud deficiente, de la tensión laboral y de su
experiencia de impotencia social; un dolor también
producto del abuso
sexual que han
sufrido, pero que mantienen herméticamente oculto
especialmente si el ofensor fue otro hombre.
Pero saben que la mejor
forma de
dar atención a esos dolores es contextualizarlos dentro de las
relaciones de poder de clase, de raza, de edad y
sexualidad, por un
lado, y los
efectos contradictorios del poder patriarcal, por el otro.
Son ahora miles los hombres organizados en
grupos en Canadá, Australia,
Estados Unidos y Europa. En Australia, la
organización MASA, que
significa
Hombres contra la Violencia Sexual, ha conseguido incidir, con
su política profeminista, en la política social del
país.
En Estados Unidos se realizan, desde los
años ochenta, reuniones a las
que
asisten hombres de diferentes estratos sociales y económicos, en las
cuales se hace un fuerte énfasis en la
espiritualidad y el saber
indígenas. Allí se encuentran "maestros" y
"hombres sabios" como los
guatemaltecos Miguel Rivera y Martín
Prechtel.
También Latinoamérica está participando en
estos cambios. En Costa
Rica, se reúne regularmente, desde hace algunos
años, un grupo mixto que
reflexiona sobre las relaciones entre los
géneros. En Nicaragua, la
Fundación Puntos de Encuentro para la
Transformación de la Vida
Cotidiana inició hace algunos años un ciclo de
talleres con hombres
jóvenes sobre
la identidad, la sexualidad y la violencia doméstica. En
estos talleres se argumenta que no existe la
llamada "esencia
masculina", sino
que se aprende a ser hombre como se aprende a ser
mujer, y que el aprendizaje masculino en nuestras
sociedades incluye el
aprender a
ser competitivo, violento, impositivo, macho y homofóbico.
Sus participantes intentan aprender juntos a no
caer en estériles
sentimientos de
culpas y actitudes de odio o desprecio hacia sí mismos
por ser parte del género dominante, y más bien a
confrontar con firmeza
en ellos
mismos, en sus relaciones personales y a nivel social y
político, el ciclo de violencia en el cual
viven.
El movimiento de hombres profeministas, en
alianza con mujeres
feministas,
también ha sido instrumental para promover una agenda
pro-hombres que reconoce la influencia de los
dolores del pasado. Y
aunque
aprecian la importancia de mejorar las vidas de los hombres,
creen que una de las maneras de hacerlo es viviendo
en formas que
realmente hagan una
diferencia y resistiéndose a la tendencia de
presentar a los hombres como víctimas.
Los hombres profeministas estuvieron
presentes, en noviembre de 1996, en
la Conferencia Internacional sobre Violencia, Abuso
y Ciudadanía de las
Mujeres,
celebrada en Inglaterra, durante la cual presentaron estudios
críticos, análisis y resultados de experiencias
sobre el tema de Los
Hombres y sus
Masculinidades. Allí se abordó desde la conciencia
política del género y las políticas profeministas
hasta la violencia
masculina
contra las mujeres a la luz del Derecho Penal.
En esa conferencia, Latinoamérica fue
representada por el psicólogo
nicaragüense Edgar Amador, profesor de la
Universidad de Managua, quien
presentó una ponencia sobre la respuesta de los
hombres a la violencia
contra las
mujeres en Centroamérica, y destacó que "siempre fueron las
mujeres organizadas las que combatieron la
violencia, la conducta
discriminatoria y el abuso por parte de los
hombres, pero en 1993 un
grupo de
hombres organizados decidió crear un espacio de reflexión y
actuar para poner fin a la violencia, aun entre
ellos mismos". Amador
comentó, además, que a pesar de la suspicacia que
ha despertado en
Nicaragua, el
grupo ha logrado más aceptación y su labor se centra en la
reflexión de sus experiencias individuales y temas
que generalmente no
se discuten
entre los hombres.
Estos hombres de Nicaragua se dedican a
realizar acciones conjuntas con
mujeres y otros grupos civiles para combatir la
violencia sexual y
doméstica;
participan en debates públicos, apoyan a los hombres que
desean superar el machismo y promueven la formación
de grupos
similares. Uno de
estos hombres se encuentra por algún tiempo en
Guatemala, impartiendo, a nivel rural, talleres
sobre los hombres y la
masculinidad.
El programa expuesto en la conferencia en
Inglaterra podría pasar
desapercibido para muchas personas. Sin
embargo, representa un enorme
avance y la gran novedad de este fin de siglo que
apunta alentadoramente
hacia un
cambio cualitativo en la relación entre hombres y mujeres.
Porque aunque el persistente ataque a las mujeres y
al feminismo
evidencia que no hay
cambios significativos entre los "hombres de
derecha" del movimiento, los profeministas son
ejemplo vivo de que sí es
posible
el cambio, a través de actitudes y acciones conscientes. Este
"hacerse diferentes" puede ocurrir
constantemente en sus vidas. En cada
sociedad existen restricciones específicas, pero
también hay
posibilidades de
transformación para las personas.
Los hombres profeministas afirman que lo
que los hombres hacen y son
ocurre, y puede cambiar, en varias
áreas. Aunque el terreno de las
relaciones sexuales y emocionales -- es decir, la
convivencia en pareja,
la familia
y el hogar -- puede ser el área de práctica más difícil para
los hombres, pues es desafiante el que su poder
personal sea
cuestionado, las
formas en que viven y se relacionan con otras personas
están abiertas al cambio. Los hombres pueden,
por ejemplo, tratar de
establecer
relaciones auténticamente íntimas y hacer que las relaciones
sexuales no sean opresivas sino de consentimiento
mutuo; pueden
disminuir el
poder patriarcal de la paternidad y pueden abandonar la
violencia contra la mujer, los hijos y las
hijas. Generar cambios en
este nivel cotidiano, en las conversaciones, en el
trabajo doméstico y
las emociones,
erosiona los patrones de la opresión.
Espacios tales como el trabajo remunerado,
los partidos políticos, los
sindicatos y otras organizaciones también ofrecen
posibilidades para el
cambio
político contra el patriarcado, ya que en ellos se encuentran
múltiples ejemplos de sexismo: la forma en
que los hombres dominan los
puestos ejecutivos y se aferran a ellos sin dar
paso a mujeres tanto o
más
calificadas que ellos; los métodos de trabajo que excluyen
completamente a las mujeres; el acoso sexual; y
también la conveniente
ceguera
ante la condición y las experiencias de las mujeres. Los
hombres pueden intervenir en cualquiera de estos
espacios.
Sin embargo, el cambio personal y
espiritual de los hombres no será
suficiente para hacer frente a los problemas de
explotación y
desigualdad de
poder. Su crecimiento individual no conducirá
automáticamente a acciones personales o políticas
que apoyen la igualdad
de género,
y hasta podría ser que ayude a los hombres a acomodar las
demandas de las mujeres en un patriarcado más sutil
y modernizado. Es
por ello
que las estrategias grupales y colectivas son vitales para
desmantelar la opresión.
Conscientes de la necesidad de erradicar
la dominación de género, los
hombres profeministas promueven el diálogo por
encima de las
diferencias, la
creación de alianzas y la política de coalición, pues
éstos representan espacios alternativos en los que
se puede trabajar por
la igualdad
de género. Así proponen que la estrategia más progresista
para los hombres consiste en solidarizarse y crear
alianzas con las
mujeres, con
indígenas, homosexuales y otras consideradas "minorías",
siempre bajo el principio del respeto a la
diversidad. Proponen,
además, el desarrollo de una política de hombres
profeministas en los
movimientos
sociales progresistas y en el Estado. Y es aquí,
justamente, donde surge el mayor obstáculo.
El movimiento de hombres no ha logrado el
necesario apoyo político a sus
demandas. Según el escritor Bob Connell, "el
proyecto de transformar la
masculinidad no tiene prácticamente ningún peso
político, ninguna
influencia en
las políticas públicas ni recursos para su organización;
no cuenta con una base popular ni tiene presencia
en la cultura de las
masas."
Esta falta de fuerza en el movimiento
posiblemente tenga mucho que ver
con los hombres que ocupan los más altos niveles
del poder: las
evidencias
indican que los dirigentes a esos niveles simplemente no
están dispuestos a cambiar.
Al igual que muchos otros, los hombres
poderosos protegen lo suyo pero,
a
diferencia del resto, son los beneficiarios de lo que Connell denomina
"el dividendo patriarcal", otorgado a
hombres exitosos o prominentes que
se someten al ideal masculino. Además del
honor, el prestigio y el
derecho a
gobernar que el patriarcado les confiere, los hombres obtienen
los considerables beneficios materiales y la buena
vida que acompañan a
las
posiciones de autoridad.
Las manifestaciones machistas que
encierran a los jóvenes tras las
rejas, que los alejan de las aulas y los meten en
problemas, también dan
a esos
jóvenes la motivación y la autoridad para llegar a la cima, a
pesar de que son las muchachas quienes demuestran
niveles académicos
superiores. ¿Por qué, entonces, querrían los
hombres que ostentan las
más altas
posiciones perturbar el modelo de masculinidad que los colocó
en ellas? Obviamente, una estrategia de vital
importancia sería
involucrar
hombres poderosos en el proceso de concientización,
convenciéndolos de recompensas que no sean las
ofrecidas por el
patriarcado.
Personalmente, creo que es hora de
analizar los efectos reales de los
valores masculinos dominantes sobre otras personas
en la familia, el
trabajo, la
política y también sobre sí mismos. El negarse a hablar, a
admitir debilidad y a mostrar
vulnerabilidad, así como las prácticas de
control y dominio sobre otras personas, son
tácticas exitosas de poder,
pero
también son los puntos que provocan el colapso en los hombres.
Porque es un hecho que la opresión tiene un elevado
costo también para
el
opresor. Y si existe una lección que los hombres podrían aprender
de
sus vidas cotidianas, de sus
relaciones opresivas con las mujeres y con
otros hombres, y del dolor que el patriarcado les
ha legado, se trata de
una lección
muy antigua: la lección sobre el enemigo interno. Éstas
son razones importantes que deberían
motivar al menos una intención de
cambio.
Creo que todas estas reflexiones deben
ocurrir aquí y ahora porque ni
las
mujeres ni los hombres que somos parte del tejido de este embrión de
nación llamado Guatemala, podemos
permitir que se repita el genocidio de
las últimas décadas. Creo que la reflexión y
el cambio deben darse
también
porque no debemos seguir conviviendo en la ignorancia mutua
sobre "el otro sexo"; porque debemos dejar de
vernos como sexos opuestos
si
compartimos la misma Tierra, el mismo techo, y posiblemente la misma
cama y los mismos ideales de libertad, de
hermandad, de solidaridad.
Porque
debemos cuestionar, combatir y transformar esta arrogancia
patriarcal que sólo conseguirá postergar aún más la
cosecha de la paz.
Y creo que la reflexión y las acciones
concretas de cambio deben darse
porque la construcción de la masculinidad
dominante, que aplasta la
humanidad de la gente, significa también la
destrucción de la confianza
en
niños y niñas que necesitan, por el contrario, modelos más positivos,
sanos e integrales en los hombres con
quienes comparten su hogar y sus
comunidades; modelos que les permitan un desarrollo
cimentado en la
equidad, la
libertad y la esperanza. Si no podemos darles, hoy y aquí,
la sociedad que necesitan y merecen,
debemos al menos intentar
ofrecerles modelos de conducta que reflejen nuestro
compromiso con el
cambio y con la
paz, para que les sea menos difícil afrontar la
segregación, la inseguridad y la violencia que, de
hecho, les estamos
heredando.
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* Traducido y reimpreso por Laura E.
Asturias con autorización de
Michael Flood, editor de la revista XY: men, sex,
politics.
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